
El ojo acusador. Foto R.Puig
Reproches
No sé si a ustedes les pasa, pero descabezar un pescado cuando te mira fijo puede dejar una regusto de culpa. Se pasa pronto, pero, en todo caso, hay quienes preferimos no tener que guillotinar a un bicho antes de comerlo. No sé si está relacionado con una experiencia infantil.
En los años de la posguerra en España comer pollo, algo tan corriente ahora, era para las ocasiones especiales. Alguien, creo que era por Navidad, había obsequiado a mis abuelos el volátil vivo. Había que sacrificarlo para luego desplumarlo. Al niño que yo era no se le dejó asistir a la decapitación, pero sí que pude ver horrorizado como salía corriendo hacia mí el animal sin cabeza por el pasillo en penumbra que llevaba a la cocina.
Los niños de hoy están acostumbrados a las escenas de horror de la TV, el cine y los videojuegos, pero que un ser vivo sin cabeza, sangrando por el pescuezo seccionado, se te acerque dando saltos era demasiado para un infante de los tempranos años cincuenta del siglo pasado.
Por lo cual no tuvo nada de extraño que hace ya mucho, en una marisquería de Galicia, al observar a un pinche de cocina que sacaba un bogavante vivo del acuario para llevárselo hacia el perolo en ebullición, de sopetón le preguntase si no sentía remordimientos cada vez que ejecutaba a los crustáceos de una forma tan cruel. No debía yo ser el primero que le planteaba este interrogante moral, pues, también sin pensárselo, me replicó poniendo ante mi el animal con sus espectaculares tenazas embridadas (como un criminal esposado) y diciendo: “No señor, yo sólo ejecuto a un asesino del fondo de los mares que ha devorado a muchos pececillos inofensivos, cocerlo vivo no me quita el sueño”.

Langosta norteamericana (en España bogavante)
A pesar de esta explicación, no puedo olvidar los ojillos cegatones del bogavante y sigo pensando que si tuviese el oficio de hervidor de crustáceos vivos, al acabar la jornada de trabajo no conseguiría dormir tranquilo.
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Rebeldías
En todo caso, les pido comprensión, pues voy a intentar esclarecer con algunos ripios una especie de visiones, que no sé si a ustedes se les presentarán o son sólo los efectos de mis traumas infantiles que se habrían agravado con la edad.
En cualquier caso no se tomen a la ligera mis advertencias
Despierten almas dormidas
estén alerta y aprendan
cosas que no han de hacerse
y si se hacen adviertan
qué podría sucederles.
Ira de hortaliza. Foto R.Puig
Un pimiento es un pimiento
hasta que se le acuchilla,
y a sus barbas se ofende
despertando en consecuencia
su agresividad latente.
El pimiento colérico. Foto R.Puig
En el alma de los huevos
pollos frustrados se esconden
así que si los freímos
arrojando chiribitas
los dedos quizá nos quemen.
Ova furiosa. Foto R.Puig
Hemos de tener presente
que por las cocinas
vagan espíritus durmientes,
puede que a quien les maltrate
su colera persiga siempre.
Ova furiosa. Foto R.Puig
Pimientos, calabacines,
repollos, huevos y habas,
puerros, ajos y tomates,
cebollas y calabazas
un respeto se merecen.
El orgullo de la huerta. Foto R.Puig
Humildes frutas, hortalizas
y las modestas legumbres
de honor un rescoldo encierran,
que con arte se les trate
ya nos lo enseñó Arcimboldo.
Arcimboldo. El otoño. 1573
No hay queso ni salchichón
que no tenga corazón,
ni ostras que no palpiten,
ni huevos sin condición,
como ya mostró Colón.
Colón y el huevo. Orquesta Mondragón 1992
Nos prescribía Gautama,
que antes de hervir una gamba
con reverente humildad
su permiso le pidamos
para preservar su karma.
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¡Hervidas sin permiso! Foto R.Puig
Como Plotino enseñaba,
los granos de la granada
sueñan la unidad perdida
y que al fin de su pesadilla
espera su forma divina.
La granada en su rama. Foto R.Puig
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Y si no ha sido suficiente para aclararnos, recordaremos lo que escribía Georges Poulet analizando el neoplatonismo en la obra de Marcel Raymond. Aquel influyente crítico literario rechazaba la dualidad sujeto-objeto, al poner de relieve en sus estudios de poetas modernos que somos nosotros quienes prestamos a las cosas la consciencia que no tienen, que es en nosotros donde las cosas se piensan a sí mismas, se sienten, se perciben y hasta se emocionan en
…una especie de universo interior donde el pensamiento no sería diferente de sus objetos, donde ser consciente de alguna cosa sería ver como adquiere su forma en el espíritu, como si se soñase a sí misma.
(La conscience critique, Paris, José Corti, 1971, p. 128)
Bueno, pues lo dicho, eso puede referirse tanto a la fusión del espíritu del crítico literario (el sujeto) con la poesía de Baudelaire (el objeto), como a los pimientos (los objetos) que se piensan en nuestra conciencia (de sujetos) cuando los cortamos en rodajas. Parafraseando a Santa Teresa podríamos decir que entre los pucheros también aletea el soplo de la conciencia.
Prueben y vean que, concentrándose un poco, percibirán lo que sienten los ajos cuando los añaden al sofrito.
¡Que aproveche!