Hace tres días he tenido la suerte de haber alcanzado mis setenta años en relativo buen estado de conservación. Así que he decidido filosofar un poco. Pero como no me siento con la autoridad necesaria, me remito a los antiguos, con la mediación de un moderno, es decir de Erasmo de Rotterdam, en cuyos Adagios siempre se puede bucear sin que, al subir a la superficie, el submarinista venga con las manos vacías.
Los lugares comunes parecen menos vulgares si nos llegan desde épocas oraculares. De hecho, la vida, no en teoría si no en la práctica, nos confirma algunas cosas obvias, que no por serlo dejan de tener su miga.
En realidad, el tiempo nos va poniendo en el sitio que nos corresponde. No obstante, a pesar de que los humos juveniles se desvanecieron hace tiempo, no estamos nunca a salvo de certezas melodramáticas y de humos seniles. Por mucho que se diga que la experiencia es madre de la ciencia, tras tantos años de trials and errors, pienso que no pecaba Sócrates de falsa modestia cuando proclamaba que lo único que sabía es que no sabía nada (sciret se nihil scire et hoc unum se scire profitebatur), lo que también comentaba Erasmo en el adagio Nosce te ipsum.
Pero pasemos al adagio de hoy…
“Nemo mortalium omnibus horis sapit”
No hay mortal que sea sabio a todas horas
Adagio II, IV, 29.
Comienza Erasmo el comentario remitiéndose a Plinio el Viejo:
Plinio dejó escrito en “Sobre la excelencia de los pueblos”:
Si, descartando adular a la fortuna, deseamos juzgar con objetividad, hemos de convenir en que no hay mortal que sea feliz. El azar habrá tenido que ser generoso e indulgente con aquel que pueda en verdad decir que no es infeliz. Contando además con que, aparte de otros factores, el miedo a ser abandonados por la buena suerte no falta. Y una vez que el temor se ha instalado, la felicidad ya no es sólida. ¿Y qué decir del hecho de que no hay mortal que sea sabio a todas horas? ¡Ojalá que este dicho fuese falso y no un autorizado vaticinio!
(Plinio el Viejo, Naturalis Historia, VII, 130-131)
De esas palabras de Plinio se puede deducir que la expresión “no hay mortal que sea sabio a todas horas” se hizo popular al ser transmitida a la posteridad como un dicho del oráculo. El sentido está claro y no hace falta interpretarlo: no hay nadie que no se comporte como un estúpido y no cometa errores en algún momento de su vida. Por añadidura, la estulticia suele escoltar a la infelicidad o, en todo caso, si acontece una desgracia, se atribuye a menudo a la estupidez.
Al mismo contexto pertenece el adagio que Plinio añade poco después:
Un día juzga al otro, el último los juzgará todos
(Alius de alio judicat dies, supremus de ómnibus)
En Las ranas de Aristófanes aparece otro verso de contenido análogo, que el poeta atribuye a Eurípides:
Nadie hubo que viviese completamente feliz
(Haud vivit ullus omnibus felix modis)
Erasmo cita a continuación algunos versos de Eurípides y Horacio, que también nos dicen que la felicidad completa no es patrimonio de ningún mortal, para concluir con uno de Simónides:
Nadie está del todo exento ni de mal ni de reproche
(Nemo vacat prorsum malo neque crimine)
Texto latino de “Les Adages d’Érasme” présentés par les Belles Lettres et le GRAC (UMR 5037), Lyon, 2010, pp.1100-1101. La traducción es mía.
Hasta aquí Erasmo.
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Por mi parte, espero que en los próximos treinta años las neuronas no me jueguen malas pasadas, no sea que al tratar de enmendar viejos errores reincida en los olvidados, o me busque otros nuevos.
En todo caso, hace dos días, me han regalado un peluche -¡con gorra de estudiante y todo!- de esos que les obsequian a los estudiantes que se gradúan de bachilleres y que andan alborotando con sus desfiles las calles de Gotemburgo y de toda Suecia.
¡Todavía hay quienes abrigan la esperanza de que me enmiende!
No hay duda de que el verano es un tiempo de ilusiones y de flores…
en especial para los que hemos nacido a sus puertas
